Cuando vimos la botella, ya había dado un golpe. Es decir, el chichón que tenía era producto del botellazo que el hombre le pegó sin que nos diéramos cuenta siquiera. Fue un movimiento -evidentemente- rápido y preciso en un costado de la cabeza. Y al tenerla oculta en el bolsillo, fue una sorpresa cuando por fin la vimos: una botella de vodka, medio llena, de vidrio bien grueso. Eso fue lo que salvó el día. Porque si el vidrio no hubiera sido duro, la cabeza quizás no hubiera obtenido sólo un chichón.
Imaginé sangre y un herido en el suelo, pero el hombre sólo quería alardear. Ni siquiera quería pelear con los puños, de esa forma aunque sea hubiera sido un poco más equitativa la riña. No, sacó cobardemente la botella y, cuando ni lo esperábamos, ya había dado su primer golpe.
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