viernes, 21 de agosto de 2009

Memorias sin final


“No tengo imaginación”. Cualquiera podría pensar que una frase así es digna de algún contador sometido a la rutina diaria o de un matemático acérrimo que no acepta nada más que lo que puede comprobar. Pero no, no es así. Es el escritor Fabián Casas quien la soltó en una entrevista publicada en 2005, año en que salió a la venta su libro de cuentos Los Lemmings y otros.
Se nota apenas uno empieza a ojearlo. El relato roza lo autobiográfico, si es que no lo es puramente. Admite haber cambiado algunos nombres para conservar cierta privacidad pero sus sustitutos no hacen más que ayudar al lector a imaginar el entorno del escritor durante su infancia, su adolescencia y su adultez. Así divide su libro: siete cuentos y un apéndice que permiten entender, quizás, cómo Casas se convirtió en lo que es.
Tan poca imaginación tiene que el personaje que encarna en el relato se llama Andrés, su segundo nombre. La realidad es que Casas no necesita de esa condición de la que dice que carece porque si hay algo que, al parecer, mantiene intacto, es su memoria. Y con ella es más que suficiente para narrar estas historias de una manera simple y atractiva. Historias que se entrelazan mediante la continuidad de los personajes que, también, van cambiando y creciendo con él.
El Gordo Noriega, el Tano Fuzzaro, la Gorda Fantasía, Norman, los hermanos Dulce, el japonés Uzu, Chumpitaz son algunos de los protagonistas que integran sus cuentos, pero es en Máximo Disfrute –“su maestro, su amigo, su mentor”- en quien deposita el eje que une al resto. Su nombre lo dice todo: Máximo Disfrute.
Es él quien le enseña qué es un adulto, la palabra “chabón”, que los padres cojen y que hay cosas que son “pulenta”. También es quien lo emociona cuando una noche explica –con un aire de arrogancia-: “Boedo queda donde estemos nosotros”.
Casas sencillamente causa ternura. Desde que habla de su primer amor en la escuela primaria hasta cuando describe el tono de la piel de uno de los novios de su madre: color cinta scotch.
En los primeros cuentos queda pendiente un cierre, pero después se descifra que hay una secuencia y que no existen los finales en esta obra. Quizás en eso radica su encanto, en dejar al lector con ganas.
Inventa un lenguaje propio que está en clave con el toque de humor. Antes de un extenso párrafo, Casas anticipa: “…me rapeó un largo monólogo”. Son ciertas palabras y algunos pequeños detalles que ayudan a construir una época llena de recuerdos: “Soy un Travolta de chocolatín Jack”. ¿Sabrá alguien en un par de décadas el mito alrededor de esa golosina entrañable? Casas intenta inmortalizarlo y puede que lo logre.
El autor nació en 1965 en el barrio de Boedo y todo lo que escribe remite a ese hecho. Hace no mucho tiempo explicó que él considera a la invisibilidad una cualidad y que a las personas o a las cosas se las encuentra cuando se las necesita. Y eso pasa con este libro y con sus finales sin final, son invisibles hasta que se vuelven necesarios.
Y los lemmings… los lemmings existen de verdad: “son unos animalitos parecidos a las nutrias que vivían en las madrigueras en el Ártico y que, de golpe y sin motivo, se tiraban de cabeza por los acantilados, suicidándose…”. Lo dice en la página 19, casi al final sin final del primer cuento.

Los Lemmings y otros, 2005
Fabián Casas
Santiago Arcos Editor

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