No se sabe si lo que más molesta es volver a los horarios, las obligaciones… la rutina, o saber que se puede vivir de otra manera pero uno no lo intenta. O no se anima. O lo ve como un proyecto del que pocos son capaces de emprender por no tener las ataduras que lentamente impone (?) el capitalismo que requiere que trabajes, consumas, pienses a futuro y tengas un plan. La otra opción la vemos sólo en aventureros encontrados en el camino o peregrinos despreocupados por el porvenir, la observamos disimuladamente en los viajes.
Uno entra en una burbuja en la que cree que todo es posible: recorrer, descubrir, aprender, recordar, disfrutar, fantasear con convertirse en un pintor de paisajes en Montmartre, plantearse seriamente estudiar historia del arte para poder comprender bien toda la belleza que va conociendo, proponerse hacer un curso de cocina sólo como excusa para poder volver a la ciudad soñada. Son algunos de los pensamientos que uno tiene mientras está en ese estado ideal y de sensación de libertad que sólo se logra cuando se viaja.
El problema es que cuando uno vuelve todo sigue igual, aunque sea linda... la rutina, la familia, los amigos, la vida, no hay como tener esa primera emoción, ese ver algo maravilloso, ese descubrir que te llena un poquito el alma, ese momento.
Ahí es cuando uno se pregunta si algún día podrá ser lo que siempre imaginó secretamente: un hippie sin destino viviendo el presente. Y nada más.
Por eso creo que volvemos y volvemos a viajar, siempre... Si fuera nuestra forma de vida, seguramente no sería tan divertido!
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